lunes, 3 de noviembre de 2008

Creiste


Un profundo escalofrío me recorre el cuerpo. Pensar que eso, simplemente era algo que no esperaba, como muchas cosas que alguna vez aparecieron sin previo aviso.
Salir corriendo sin mirar atrás es lo que debí hacer en aquel momento. Salir corriendo y no volver, no pensar, no llorar, pero ¿cómo hacer eso sin sentir?, ¿cómo hacer eso sin olvidar?
Solo cuando te caes, te das cuenta que no debiste subir... solo cuando todo se te escapa de las manos, te das cuenta de la inmensidad del mundo, un mundo que siempre creíste tener en tus manos, manejarlo a gusto, hacer y deshacer, sin escuchar reclamos ni reproches.
Entonces ahora te encuentras sola, fingiendo felicidad, sonriendo para escapar de las preguntas, llorando en la penumbra, escondida de aquellos que te tienen lastima, incapaz de hacer y deshacer, incapaz de jugar, de correr, incapaz de ser.
Pero quieres volver, y sabes que no lo puedes hacer, quieres querer y temes perder, quieres reír, sin volver a llorar alguna vez.
Y entonces, ese escalofrío se transforma en mi herida, profunda, pero sin dolor, una herida que al tratar de curar penetra más en mi cuerpo, en mi alma, en mi mente...
Y gritar es la nueva solución... pero ¿gritarle a quien?, si el viento solo escucha, si las personas solo se alejan, si quien tiene que escuchar ya no está... si tengo un nudo que no me deja hablar.
Escribir y cantar... llorar y dormir, estudiar... ya ni siquiera salir. Y la rutina se va olvidando, va cambiando lentamente, hasta que ya no es rutina, hasta que ya solamente es un lindo o un triste recuerdo.
Y no hay nada que ocultar, porque las personas no te miran, no te escuchan gritar, no ven como tu sombra demuestra ese dolor, entonces no hay nada que ocultar, si nadie se va a enterar.

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